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Las lecciones de Trujillo. 80 Años después

Publicado: 2012-07-18

Augusto Ruiz Zevallos

Por estos días se conmemora la gesta de Trujillo, una insurrección popular liderada por sectores radicales del Partido Aprista. Su recuerdo ha sido compartido por apristas y por comunistas (éstos últimos, aunque no la dirigieron, también participaron). “Búfalo” Barreto, su principal protagonista, ha sido incluido por los seguidores de Luis de la Puente y Abimael Guzmán dentro de los precursores de la lucha armada en el Perú. Eso no debe impedirnos reconocer en los dirigentes de Trujillo valor y dignidad, desprendimiento y sentido de la solidaridad. Motivados por la injusticia de una sociedad que no se abría a las demandas de los de abajo —la sociedad oligárquica— pensaron que el camino de las armas era la alternativa para enrumbar la historia de los peruanos.

Mirada con serenidad, la gesta de Trujillo nos sirve para extraer algunas lecciones útiles hoy y tal vez mañana. En primer lugar, la insurrección fue decidida por unos políticos radicales, los apristas de Trujillo, que sintonizaban con los ánimos combativos de un sector del proletariado cañero, el más próximo a la ciudad de Trujillo, y de los pobres citadinos (esto es lo que nos muestra el libro de Margarita Giesecke), pero los dirigentes o generalizaron ingenuamente esos ánimos al resto de la población o simplemente, como hacen muchas veces las vanguardias, creyeron que, de cualquier manera, el resto tendría que sumarse, una visión autoritaria que ha sido común incluso en nuestros días. Quisiera pensar más en lo primero. Lo cierto es que la insurrección fracasó, no solo por la desventaja bélica frente al Ejército, Marina y Fuerza Aérea que Sánchez Cerro puso en movimiento, sino básicamente porque amplios sectores de la población no estaban interesados o no veían la necesidad urgente de participar en una acción violenta. La historiografía aprista y de filiación clasista construyeron una imagen de la gesta de Trujillo, que la presentaba como una lucha “del pueblo de La Libertad” o “del proletariado agrícola” contra el imperialismo y la oligarquía, sin distinguir matices entre sectores populares que participaron y sectores que no lo hicieron. Esas mismas generalizaciones, el recurso “al pueblo” en general se hicieron luego y hacen ahora con facilidad. Se estudia “al pueblo” y en su nombre se toman decisiones y se emprenden acciones.

Una segunda enseñanza tiene que ver con las furias que puede desencadenar una convocatoria a la violencia. Las acciones colectivas en un enfrentamiento comportan racionalidad, motivaciones específicas y un concepto de justicia distinto del que emana de la legalidad vigente. Pero solo una perspectiva histórica populista o tal vez ingenua puede negarse a ver que también se desatan expresiones crueles, como las que suelen emplear los sectores más reaccionarios de las clases dominantes, sobre lo cual hay una amplísima bibliografía relacionada con la revolución francesa y con el Perú (los casos de las masacres que se producen en la zona aimara durante la rebelión de Amaru y Katari,  en 1780-82, y de la crueldad contra los chinos en Lima de 1919, de sectores laborales, están a la mano).  En Trujillo, tras el asalto al cuartel O´Donovan y la toma de la ciudad, un sector de los combatientes —gente que guardaba fuerte rencor por el abuso cometido por algunos oficiales del Ejército—, ajustició a más de 35 militares, entre oficiales y soldados, quienes se habían rendido tras la toma del cuartel por los rebeldes. Según muestran los trabajos de Thorndike,  Basadre y, sobre todo, Giesecke, la dirigencia aprista de Trujillo (Haya estaba en prisión) no tuvo que ver con la decisión de ejecutarlos. Sin embargo, ese fue un pasivo que tuvo que asumir. En cierto modo, la responsabilidad política existió, al haberse hecho un llamado a la violencia. El lenguaje, las órdenes en un enfrentamiento, donde hechos decisivos se cuentan a veces por horas y minutos, tienden a ser reinterpretados, por sectores de la rebelión, y eso se convierte en un aliciente para desencadenar su furia. Lo mismo sucede muchas veces en el caso de la movilización con cierto grado de violencia.

Una tercera lección, tiene que ver con las consecuencias de un enfrentamiento donde los recursos políticos de los rebeldes (nivel de convocatoria, capacidad de alianzas, etc.) son muy inferiores a la capacidad represiva y de maniobra política del Estado, consecuencias que tienen que ver con la derrota subjetiva, en tanto colectivo histórico, y con la muerte de combatientes y de civiles y el sufrimiento de sus familiares. En Trujillo, el ejército fusiló y mató al menos un millar de personas en pocos días (la historiografía aprista habla de 6 mil muertos). A muchos de ellos se les fusiló en las ruinas de Chan Chan. Para el APRA, la persecución y el recuerdo de sus mártires los fortaleció con la misma fuerza en que lo hizo la ideología misma y el liderazgo carismático de Víctor Raúl Haya de la Torre. Pero la contrapartida fue que se ingresó a un largo periodo histórico favorable a la oligarquía, alargando su vigencia. El ejército Peruano -que albergaba algunos mandos que venían trabajando una salida anti oligárquica-, se convirtió, tras el ajusticiamiento de sus oficiales en el perro guardián de la oligarquía. El “Zorro” Jiménez, un oficial decidido a iniciar una reforma desde los cuarteles, quedó aislado tras el fracaso de Trujillo. Un nuevo clima dentro del Ejército que favoreciera el surgimiento de militares con un ánimo reformista, solo aparecería luego de 36 años. (Lima, 8/7/12)


Escrito por

Augusto Ruiz Zevallos

ARZ es historiador y ensayista, además de profesor de Realidad Nacional y Filosofía de la Historia en la UNFV y en la UCSUR.


Publicado en

Pasado y Presente

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